Entrando en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria por la carretera del sur, en el mirador natural de Punta de Palo se encuentra una maravillosa escultura de bronce de 9 metros de altura, diseñada por Manolo González y erigida en 2011 por el ayuntamiento para recibir a los visitantes de la capital canaria.
Esta obra, inspirada en el poema “Las Rosas de Hércules” del escritor canario Tomás Morales, representa alegóricamente a Tritón, hijo de Poseidón y mensajero de las profundidades del mar, en el acto de tocar una caracola mientras señala con el otro brazo el lugar donde se fundó la ciudad.
Mi imaginación me llevó mas allá de esta simple y hermosa interpretación. Apasionado de la cultura de Gran Canaria, de hecho reconocí en la obra una clave más de comprensión, muy ligada a la historia de la isla.
Así el Tritón pierde su dimensión divina, transformándose en un humano, un explorador aborigen que identifica misteriosas velas blancas en el horizonte y decide avisar a los demás de la llegada de los españoles, tocando la caracola y señalando con el dedo hacia el lugar del primer desembarco, que ocurrió en La Isleta el 24 de junio de 1478.
Esta interpretación, aunque alejada de las intenciones del escultor, parece pues preservar involuntariamente un pequeño trozo de historia, un momento simbólico: el desembarco de los españoles y el primer encuentro con las poblaciones primitivas de la isla, encuentro que luego resultó ser trágico para las poblaciones locales, derrotadas primero en el barranco de Guiniguada y conquistadas definitivamente el 29 de abril de 1483 tras años de lucha.
Con esta obra he querido entonces representar un momento histórico que no podemos olvidar y que allí permanece, bajo la apariencia de un hombre desnudo y primitivo expuesto al viento, para recordarnos la presencia imborrable de una cultura tan poderosa como frágil, la de los aborígenes de Gran Canaria.